jueves, 27 de septiembre de 2012

Anna Ajmatova

 
 
 
No, no soy yo, es otra la que sufre.
Yo no podría soportarlo. Que un
velo negro cubra lo ocurrido
y que se lleven las farolas…
Noche.

martes, 18 de septiembre de 2012

Presbicia del amor en el último otoño.



Diría tantas cosas si las palabras no me hubieran volado de los dedos. Por lo pronto despierto con la lengua escarchada de dudas. Sabe la noche el idioma de los gatos, la ciencia exacta en la que se desordenan papeles, cabellos, mundos oníricos que alcanzan quimeras de realidad mojada en leche.
Por lo pronto, intuyo una veta de ausencia en una piedra de río. La resaca y la fiebre me dictan tu nombre para que el sentido me lo tache. Cómo pararnos, Maga mía, cómo no buscarnos para encontrarnos eternamente.
Si rodamos como un garabato de niño, perdidas entre la ropa limpia de un domingo por la mañana.  Si rodamos en una suerte de ficción en la que el cielo y el suelo son aun un acertijo. Cuando alcancemos el abismo de nuevo, adictas al placer de dolerse, a la sed de no saciarse, recaeremos. Recaeremos, como siempre, en una enfermedad congénita que no tiene cura con la distancia. Y el melanoma en la piel del alma, dirá adioses con las manos juntas. Y yo con un dedo secaré tus lágrimas. Y colgaremos nuestros vicios para que les de el aire. No te me vueles, Maga mía, no te me vueles...

viernes, 14 de septiembre de 2012


Fabulemos alargando este soneto errante en el que somos dos. Menuda monstruosidad de individualismo te oirán teorizar tus vecinos del café y el asfalto, mi hermosa practicante de ojos cerrados. En cambio, yo hay palabras que no digo porque me vienen grandes. Puede que mañana sea un lastre considerar un himno ese tarareito tuyo con el que inundas la tarde. O ese reflejo en la ventana de tus manos algo exhaustas de tanto purificar la fruta y de ese recogido de dos segundos con el que el pelo se afina en la más cómoda de las posturas. Es innegable que tu soplido refresca el aire pero viene a veces demasiado cargado de excusas y de méritos. Repleto tu vuelo de nombres que en realidad solo delimitan. Tu libertad rococó tiende a eso a lo que tú siempre te acoges cuando una burbuja de lágrimas te estalla en la garganta.
Cuan diferente sería si no pusiéramos nombre a por ejemplo cogerse de la mano, a acercar los dedos a la piel en una caricia extranjera.  Ese sentir, oculto entre mil capas y varias conspiraciones, es una luz minúscula no apta para ignorantes ilustres.