Diría tantas cosas si las palabras no me hubieran volado de los dedos. Por lo pronto despierto con la lengua escarchada de dudas. Sabe la noche el idioma de los gatos, la ciencia exacta en la que se desordenan papeles, cabellos, mundos oníricos que alcanzan quimeras de realidad mojada en leche.
Por lo pronto, intuyo una veta de ausencia en una piedra de río. La resaca y la fiebre me dictan tu nombre para que el sentido me lo tache. Cómo pararnos, Maga mía, cómo no buscarnos para encontrarnos eternamente.
Si rodamos como un garabato de niño, perdidas entre la ropa limpia de un domingo por la mañana. Si rodamos en una suerte de ficción en la que el cielo y el suelo son aun un acertijo. Cuando alcancemos el abismo de nuevo, adictas al placer de dolerse, a la sed de no saciarse, recaeremos. Recaeremos, como siempre, en una enfermedad congénita que no tiene cura con la distancia. Y el melanoma en la piel del alma, dirá adioses con las manos juntas. Y yo con un dedo secaré tus lágrimas. Y colgaremos nuestros vicios para que les de el aire. No te me vueles, Maga mía, no te me vueles...