A quién sino a ti
deberle la Klee
que abre enormes portones
por donde la luz dice azul
y se sonroja por no ser aun el revés de un anagrama.
Tú que sabes mejor que nadie
volcar el día como una vieja
vuelca un bolso para limpiarlo
Tú que hallas a la primera
en lugar de caramelos y pomadas
(fíjate solo con cruzar la calle)
un matojo de pies
que no ponen en voz alta la ruta
dos ruedecitas de carro que soportan
todo el peso de una mañana en el mercado
con sus tres tarros de mermelada
sus tiernas habladurías malintencionadas,
su perejil y sus consejos gratuitos e inservibles,
sus fresas, al fin, y el sol exacto
con el que poder restituir el reinado de la primavera
bendecir las tostadas, la ropa limpia,
maldita sea,
el hermoso movimiento de tus manos.
Y si aun nos quedan fuerzas
para fingir una vez más
que no nos queda un febrero menos
puede que estemos a tiempo
de no volvernos aquidistantes.
puede que estemos a tiempo
de no volvernos aquidistantes.
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