martes, 19 de febrero de 2013


ya está dicho
todo dicho
incluso que todo está dicho
no hay más letras que juntar
no hay más tinta que esparcir
sobre la fina palma de la celulosa.
No hay pronósticos. Ni idearios.
No hay amores de cerca o de lejos.
Dolor alguno que pudiera desdecirse
o traducirse o revolverse o perpetrarse
de otro modo.
No hay tristeza
que pese tanto como para quedarse en el fondo.
Y la inspiración, no la mía, la de todos,
esa antigua parturienta de dedos inflados
tiene ahora un hueco en el útero.

Y cómo huir de esa caverna
de esa húmeda mucosa de versos ya dichos
capaz de enfermar
a quiénes no entienden de poesía.
Cómo emanciparse de esa egolatría
de falso erudito
escribe-en-vertical.
Cómo no amontonar metáforas resabidas
si leemos a Rimbaud, a Verlaine
y nos sentimos libres
en una bella jaula de tristezas.
Libres como para fingir no haber dicho:

Nadie estuvo aquí, al raso,
cuando tú eras la agonía en la noche,
el tiempo, un frío más azul.
Ninguna caligrafía salió de mí
se recostó conmigo
cuando partió el tren de la vida
y te llevaba.

Y sin embargo, de nada sirve. Nada de todo esto me gusta.

Quisiera morir en la boca de Alejandra.

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