Está tan sola la noche que debo llenarla. Pero cuando callo
un largo tiempo me duele la voz y se me van las ganas de hablar. Ya nunca estás
y las palabras fracasan si deben procrear desde tu nada. Desde tu nada descreo
de la poesía ya. Alimento mi mal genio con esta suerte de texto en el que
imagino te quedas como un pajarillo en su reposo de tres minutos. Si todo fuera
mar o un silencio inmenso, dónde te podrías posar, estúpido pajarillo. Te
alcanzan los peces. Eres un pájaro mojado en la barriga de un pez. Tan libre
que resultaste y mírate, otra vez en el exilio.
No creo en la poesía,
lo dije y lo digo. No creo en ti. Eso me pasa por abrir la boca. Debo crear
para parecer que existo. Existo pero no pienso. No quiero pensar más solo para
que se vacíe la noche, ahora medio llena en mi afán positivista.
Seguro has olvidado esta ciudad, y sin embargo, ella genera
controversias de tenerte desafiando a la lógica y a la física. Eres los cuerpos
ajenos que cruzan la Gran Vía. Los discos que suenan en las heladerías. Ayer un
niño me regaló una flor de asfalto, de esas que son más hoja que flor. Pero de
igual modo yo me sentí vivir. Algún niño te regalará flores pronto, no temas,
sé que no has olvidado la ternura.
Por lo demás, aquí todo sigue igual, todo estará igual
cuando regreses aunque a ti te parecerá más pequeño. Siempre ocurre. Sé que
eres feliz pero me llamas. Escucho mi nombre en tu boca, lo siento en mis
párpados antes de que empiece el día. Te escucho nítidamente, por ese motivo no
he abandonado ya este teclado y he mandado al carajo a estos dedos que no
escriben más que bobadas. Te quiero con la más absoluta de las prescindencias
pero mucho más que a todos mis imprescindibles.
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