lunes, 4 de marzo de 2013


Me gusta esta ciudad por qué se hace pequeña cuando llueve. Qué verdad más sencilla. Alguien me la dijo mientras alargaba un cigarro en la tarde. Después vino a sus mejillas el rubor propio de quien lanza al aire una receta tan simple (puede que siempre enrojezcan los mismos al decir la verdad: los semáforos, los niños, los borrachos, los insensatos. Todos menos tú). 
- Seguro que piensas que es una locura - decía y la ceniza no cesaba en su empeño de equilibrista y le iba creciendo al borde del cenicero como una pestaña. Entonces sonreí. Pensaba que nadie más se había dado cuenta. No fumé aquella tarde ni nunca pero hubiera deseado tener una gran boca de humo en mi cuerpo todo hecho de mentiras. 
Puede que esta ciudad sea tan tuya por qué asimilas de la misma manera la lluvia y al decir la verdad o al omitirla te vuelves naranja. No sabes cuánto me horroriza que no sea solo don Quijote quien tenga crédito para enloquecer por el tiempo. Que llegues y te duela el frío más que a nadie o que la lluvia te perfile y anaranje como a una calle. Me da miedo la vigencia de la teoría de los humores. Que el invierno te convierta en reductible. 
- ¿Y mi sol?- Chillas y te encoges. 
- ¿Y el placer de vivir en un mundo de cosas que resbalan? 
(Odias que conteste siempre con otra pregunta. Te vuelves todavía más naranja)

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