viernes, 20 de julio de 2012

Ma petite fleur:
Te escribo con la holgura que da saberse triste. Tengo tu rastro de filosa nostalgia, un tacto que deja en mis manos, caracolillo marino, un fuerte olor a canela y a hogar con la lumbre encendida. Mirá cuan extraño es despedirse de un regreso, más extraño que me crezca en las rodillas como un crisantemo nocturno. Le diré a tu adiós que me lastima los empeines y los tobillos. Me duele tu adiós al caminar por más crema que me de haciendo enormes círculos, por más agua en el cubo y más café. Sé que este partir de grandes zapatos y pequeñas zancadas, este goodbye, este nos vemos en un ratico tiene  piernecillas de alambre, un incómodo sabor a regaliz y un tacto de pelusa en la frente. Me alivia.
Menos mal que cuando vengas yo ya no estaré en los mapas, no quedaré mal con los paseadores de perros que liberan a sus criaturas cuando cae la noche, como si el silencio de la ausencia de farolas iluminara la libertad perruna. No quedaré mal con los coches que a un tiempo omiten los semáforos para hacernos notar que es verano. Observá como se atrinchera con un libre albedrío embriagador la bruma estival en el alféizar de tu insomne madrugada, cómo nos trae a partes iguales albahaca y dos cucharadas de azúcar. Vos venís para quedaros, lo sé, vos venís de la estación donde paran todos los meses, mi dulce souvenir onírico, mi gajito de mandarina.
Qué mal te sabe sin embargo que desordene los espacios y vuelque la sal y beba a tragos cortos. Qué mal te sabe que hable tan despacio. Entonces amotinás las verdades a medias y dejás en el labio una retahíla de surcos ortodoncia cárnica, sonrosado rocío de saliva e incisivos. Te marchás, pequeña mentirosa, para volver tras tus pasos, vecina de baldosín que me abrazas enfadada. Cómo detestas que no recuerde que ya no tengo siete años, ni que jugar con la comida es hacer el bobo. No soportarás jamás que te corrija los acentos. Pero sonreís al rato aunque supongo que pensás que no te miro. No puedo mirarte sin reírme, me rio porque un beso es más opaco y podría caerte como una gota helada en la nuca, como un muerdo en la pantorrilla.
Me rio para no salirme de mí y en vez de la sal volcarme en ti como un castillo de naipes sobre una mesa. Me rio por no pronunciar nuevos abecedarios en diminutivo y que el tiempo pase y diga ven y me traigas en una bolsita pequeñas mariposas y medias verdades de holgada tristeza.



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