sábado, 15 de junio de 2013

Era la madrugada del domingo, no podía dormir, hinchado mi insomnio por el recuerdo de un viernes de junio en el que reímos a carcajadas después de hacer el amor. En la nevera quedan aún chocolatinas suizas, zumos de piña y uva. Me hago una pequeña trinchera de víveres innecesarios, te pienso con tanta fuerza que me estallan los dedos. Tras la voz de Drexler llegan centrífugas imágenes en tu casa. Allí nos tienes tratando de hacer útil el sacacorchos, bailando una lenta cerca del fregadero, llenando de espuma la bañera, de gritos el techo, las cortinas. No puedo dormir,  por eso me siento delante de la ventana. Tiene una mano de madera llenita de surcos en los que puedo leerle el pasado.  Tantas veces he anulado mi descanso para ser un cuervo de la noche, un ave de paso en el jardín más oscuro. Descubro tras sus huecos algún otro transeúnte noctámbulo con la luz encendida y los sueños apagados. Qué estarán haciendo mis hermanos de la noche. Qué estarás soñando tú, con tus pequeños párpados que laten intranquilos, mariposas en su último expirar que cambian los designios de las olas, las uñas de la luna.

No se puede curar el insomnio pero sí la inapetencia. Y joder cómo me apeteces. Me he deshecho de esa lucidez terrible del que se sabe solo y he vuelto a cantar mientras friego los platos.
  

Vuelvo a tener miedo. Y eso es sano. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario