domingo, 18 de noviembre de 2012

( foto de Zivko Risteski)



No nos damos cuenta de la importancia del Noviembre hasta que llega realmente el frío. Entonces encienden las luces que se extienden como un acordeón ficticio de cornisa en cornisa. Entonces nos apagan la ternura y ya es otro invierno y nos damos de bruces con ese gris marengo de las calles, con ese arrastrar los pies de los transeúntes casi humanos.
Supongo que no está tan mal que aquí y allá haya alguien que juegue a fumarse el gélido aire o que en una caricia un poeta fracasado mecanografíe letras de calor en el cristal de un coche. Supongo que es encantador el lento mecanismo de frotarse las manos como lo haría una mosca en un brazo, ceremonia macabra de regocijo. 
Pero yo es que le debo tanto a todos los noviembres de mi vida. Y eso que casi nunca estás, que casi nunca puedes ver en mí mi puro yo. Ahora que estoy de puntillas y puedo ver el desfile, y ya no siento que no me lo merezca. Estoy siendo libre, que presente más perfecto. Aunque siempre sea un poco de ti, aunque mi libertad sea un cautiverio reversible. 

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