miércoles, 8 de febrero de 2012





Mirá que vos sabés la gravedad del asunto y silbás o huís o mirás al tercer azulejo de la cocina empezando desde el techo. Mi dispiace, lo siento, esto es mucho más grave. No rehuyamos el asunto poniéndole nombre o hablando de fanfarronerías como el amor u otras etiquetas igualmente válidas o igualmente insuficientes. El amor es tan solo un aglomerado de felices circunstancias como compartir palomitas, utilizar hiperbólicamente el posesivo o decir te quiero varias veces al día (algunas incluso hermosas como por ejemplo cuando mientras preparás una quiche te encuentro ante la encimera tarareando una canción que aun nadie ha escrito).
No interrumpiré jamás tus cabezonerías ni tus desequilibrios, me encantan desde todos sus ángulos y concavidades pero es hora de reconocer el miedo que tenemos. A mi me acechan las sombras, los fantasmas de vos a todas horas, las pequeñas ranuras que me llevan a la luz y recuerdo la de vos, las mariposas que tienen cara de bisagra y se asoman a las puertas y reverberan en todos estos huecos tras la carcasa.


No juguemos más a la bobada de la patria pues si la patria es el tórax, un pulmón, el clítoris, el cuello, los dedos de ambas manos tenemos que aceptar que ya no nos pertenece, nos la entregamos vos la vuestra y yo la mía, en un acto de reciprocidad estúpidamente puro y a la eternidad no podemos irle ahora con pagarés. Es demasiado astuta. Así que reconozcamos de una vez que somos apátridas, elementos que fluctúan y que luchan por perpetuarse sabiéndose incompletos.


Entendé de una vez la gravedad del asunto.

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