domingo, 8 de abril de 2012

mundos oníricos


Entro en ellos enrollada por la cintura en una tela de circo y ruedo por una hierba infinita justo por donde acaba de partirle las hojas el ocaso. Un mundo de cristales de luz que me sube por las yemas y digo basta, luego otro a una escala reducida donde intento gritar y una lengua de nieve me absorbe las vocales. Otro mundo sobre el que caminar descalza cosquilleándome la punta de los pies y otro más que asoma desde el fondo de la estancia ascendiendo en espirales concéntricas. Verdea al final de algún triunfo alado cuando el suelo tan solo es una sugerencia. Mi cuerpo sin huesos siente una lluvia insondable, una caricia de plata líquida y me entra por los ojos un labio carnoso mordido por tres o cuatro dientes (juraría que es el tuyo). Entonces pienso que me añoras aunque quizás en una dimensión errónea, seguramente jamás existió el mordisco. Mis visiones cambian y desconozco aquello que digo en voz alta y lo que he sentido en piel muy baja, a contra piel, serpenteando por el vello de mis brazos. Todo fluctúa como cuando estamos cuerdas, todo es un bajo relieve de pequeñas cosas que se alteran como gotas en un cristal que vibra, irreprimibles y hermosas aunque tenga miedo.
El elemento inalterable en todo mundo eres tú  y eso estoy segura que lo grito en todas las dimensiones, acentuando  la dental del tú para después (cinco segundos en el mundo de ahora, 5 minutos en mi orbe azul) abrazarme a tu cuerpo que se estremece y gira como los mil mundos que reduzco a una visión brillante, a palabras que se tambalean mecánicas y chocolateadas, palabras que nos resumen en un siempre. Qué irónica la locura cuando mi pupila agrandada te imagina mía. 

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