miércoles, 4 de abril de 2012

Es curioso el tiempo y lo obsesionados que estamos con él. Dos personas no están cuerdas del todo si en alguna de sus conversaciones no refieren el tiempo, su paso o su hermano meteorológico.  En cualquier momento aparece  como excusa entre dos soplidos a la sopa o en el mecanismo de plegar sábanas que coreografían esas mismas personas cuerdas sabiendo que no tienen nada más que contarse.  Imagina cuan grave se vuelven las cosas si el tiempo es el causante de que se le moje el pelo a un cristo de madera.
Lo cierto es que no me preocupaba demasiado por los arbitrios del tiempo, hasta el momento mi única relación con ese soberano sabelotodo  es aquella de verte pasar de niña a mujer en un par o tres de años y aquella de besarte bajo una cornisa que nos refugiaba del frágil aguacero de sentirnos vivir en un abril más claro. Jamás me supe cuerda; cambiaba de canal cada vez que el mapa de nuestra rica península se plagaba de dibujitos de soles y ondas y nada quería saber de los dolores óseos de las ancianas.
Esta mañana, sin embargo,  he entendido que el tiempo es una cuartada perfecta. Qué decirte, igual me he descuidado las gafas de ver de lejos  y entre borrones y cuentas nuevas, cristales empapados por el pincel de algún Pollock derrochador me ha parecido encontrarte. Sí, digamos que el tiempo es un pretexto para hallarte en cada paraguas de un color vivo que devuelve la lluvia a la lluvia, en cada bracito de nácar que redondea los principios inquebrantables del aire o en cada retal de flores de algún vestido que se mece delante de dos piernas.Reconozco que busco tu piel, entre pieles mojadas y lunares que se destiñen. Tú mi cómplice, el tiempo mi excusa.

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