Por pedir que no quede: quisiera no sentir rabia.
A ti te lo diré bajito pues esta rabia como de lluvia londinense que va calando los huesos, el pull over, no te despertará de tu letargo. Si bien es cierto, debería agachar la cabeza, meterla en un caparazón duro hasta que asome el verano. No se trata de esa rabia de gafas en la punta de la nariz, esa rabia obtusa por la pérdida de una empresa, la bola de pelo en el estómago por una catástrofe o por el hambre en el mundo. No se trata de un torrente de noticias que afectan a mi país de ningún modo, ya juré en no sé que sueño no tener jamás patria. Son pequeñas cosas que acaban con mi puño breve cerrado en un ramillete de dedos o con la punta de mi pie golpeando algun desafortunado mueble mal aparcado. Pequeñas cosas como un neumático burlón escupecharcos,, un dolor de sién occidental, un partido de fútbol en el que mi equipo para perder la costumbre no gana, un jarroncito afilado con dos flores silvetres cuyo destino es tu estancia y cuyo remite no soy yo.
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