En mi planeta nos
volvemos azules antes de morir de pura nostalgia. Luego las mujeres se transforman
en gatos y se alejan encaramadas a los tejados de las casas. Me he vuelto azul.
Me da igual que no me creas.
Inmóvil, se queda
tu cuerpo tendido encima de las mantas. Tus ojos mirando sin mirar, me ven de
espaldas. Despacio, inexacta, cubro mi desnudez con toda la nieve que ha quedado cuajada en el
quicio de la ventana, aunque no hay ventana. Esta vez, el frío que invocas y el
de la nieve permanecerán en mi piel sin calarme ni un poco. Creas cercos congelados de oxígeno, aunque sea agosto.
El aire corta,
corto el aire. Descalza sabiéndome raíz, lluvia, el olvido de la prisa. Soy el árbol que bebe de los caminantes y crece como un
susurro al margen de las nubes a las que la maldita desmemoria impide mojarse en el agua de los pantanos.
Todo lo que veo se arroja al centro de mí misma
y se proyecta con infinito amor, se proyectan también las luces del mundo y
alimentan a la llama que vive aquí dentro ( entonces me señalo con el índice un lugar perdido entre mis dos pulmones). Al fin creo al ángel y rescato su
enseñanza. Existe un yo más fuerte que el tú con el que te sobrevives. Tú, mezcla
imprecisa de recuerdos que ya no son tú, aunque sea azul el que los dicte.
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