No he contado aun
todos tus azules. Y no puedo perdonarme que la memoria me falle y sea vago el recuerdo de tus ojos que eran azules
sí, pero ¿qué azul? Ese azul exacto que solo consigue fijarme los pies a la
roca con más musgo o aquel pretexto con el que estallan en mis dedos olas de
vibrantes pupilas.
Toda tú azul, pero ¿qué tonalidad?, qué trazo te traía al
rincón en mi pecho. Qué azul te mantenía en mi bola de cristal, ángel de nieve,
cuando la mañana recogía los aromas de la húmeda ropa, del pan caliente. Qué
azul, cuando te agrandaba las heridas y vertía sobre tus pómulos qué lágrima.
Sí, sé que eras
azul pese a que el frío te masticara despacio y tú te abotonaras el abrigo con cierta prisa y el
rojo, color vulnerable y frágil cuando era un bosquejo de tu boca, ahora ya no podía ser más una
excusa para justificar el rubor de tus mejillas. Entonces el azul era violáceo,
estoy ya medio convencida.
Pero¿cuántos azules
te caben en el alma? ¿Cuánto tiempo seguiré fascinada por verme incapaz de
contarlos? Con qué descaro tus dedos azules, no sé si marinos o
celestes, pueden ir así pulsando las cuerdas de mi vida y que suene la melodía en la que me quedo a solas sin más referentes sobre el cielo o el agua con el que se pronuncian ondeantes y líquidas las erres de los ríos.
Desvanécete en un arco
iris que no lleve tu nombre, ahógate en un océano que no traiga trozos náufragos de mí que te llaman amor y otras bobadas.
Violinista del recuerdo, ¡cómo duele saber que la
melancolía, los gatos, los astros y mi suerte son azules también como tú!
No hay comentarios:
Publicar un comentario