domingo, 14 de abril de 2013


Yo me reverbero en un tiempo sin nombre o quizás en un nombre sin tiempo. Soy aún aquella mujer del pulóver grandote encubre manos. Quizás vos siempre supiste demasiado de mí y es por eso que olvidás de qué color miro al color con el que te asustás o  te resguardás de la lluvia.  Sigo siendo aquella muñequita de voz lenta, cómo te gustaba jugar con ella a estar viviendo.
Y no, no sé disimular, sigo con la misma curvatura de espalda después de las seis, sigo contando con los dedos. Casi siempre le pido al café un compañerito con las extremidades de cacao. Vos sabés mejor que nadie que la soledad debe sorberse a tragos cortos o que lo amargo pasa mejor con un bocado dulce. Sin embargo, yo soy un trozo de pasado aferrado a la garganta como un llanto rencoroso…Pido disculpas desde aquí sin hacer cruces con los dedos. 
Soy aún aquella mujer que arrastra los pies por la ciudad. Confieso que la traigo a casa con los zapatos. Con ella al descalzarme descubro: piedras minúsculas, briznas de hierba y el rastro de los huecos que dejaste. Fíjate que no pueden salpicarse los huecos ni ponerse a lavar los zapatos.

Cambian los pasantes, se sientan conmigo en los restaurantes, me persiguen en pubs, trazan mi sombra en las sábanas. Pero para ser fiel a aquella mujer que soy finjo sin éxito ser otra y es la pescadilla que se muerde la cola. Qué pescadilla más boba. Cambian los pasantes...y qué, sigo limpiándole las migas a la mesa para ahorrar trabajo a alguien más triste que vendrá después de puntillas sobre un silencio con olor a valleta.

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